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domingo, 1 de junio de 2008

El último lector, una propuesta al detective fragmentario


Escribir por fragmentos: los fragmentos son entonces unas piedras
en la circunferencia del círculo: me desparramo en derredor:
todo mi pequeño universo en pedazos; en el centro, ¿qué?.
Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso.


He estado pensando en si existe el lector fragmentario. Esta idea me lleva a postular a un lector que se movía en el detalle. En el sentido que implica la etimología detail –cortar de, enfocar la atención sobre la acción misma del sujeto, la relevancia de la acción de cortar subraya el hecho de que el detalle se hace tal por el sujeto, por lo tanto, su configuración depende del punto de vista del detallante. Lo que Calabrese llama detalle narrativo, sería para este supuesto lector las novelas que se publicaban en Folletines, en las que se presentaba una dilatación del tiempo a niveles de contenido narrativo: la novela avanza por detalles minúsculos pero pertenece a una totalidad. Si lo que me interesa es hablar del lector fragmentario tengo que hacer alusión a El Último lector, del escritor argentino Ricardo Piglia. El autor de Respiración artificial nos ofrece una serie de fragmentos, fotografías, momentos fijos y temporales. El prólogo del libro inicia con la idea de un fotógrafo que ha construido una réplica de la ciudad: una máquina sinóptica; toda la ciudad está ahí, concentrada en sí misma, reducida a su esencia. En el prólogo vemos que, en tanto la réplica es a la ciudad, éste lo es para la obra narrativa. El libro presenta de esta manera una serie de instantáneas: Roberto Artl flotando sobre la ciudad, Borges leyendo un libro muy pegado a sus ojos porque está perdiendo la vista, el Ché Guevara leyendo como acostumbraba, sobre un árbol en la selva de Bolivia, Ana Karenina leyendo en el tren, Madame Bovary leyendo novelas románticas; estas imágenes representan una manera de ver la literatura. La microhistoria, que es uno de los recursos del escritor argentino, funciona idealmente por fragmentos. ¿Cuál sería entonces la función de las microhistorias? Desde mi lectura, la función remite al nivel receptivo del espectador; el lector es llevado a reconocer los fragmentos originales, mostrando un placer por la no-unidad. Pienso en los fragmentos como entidades del pasado, estos a su vez son el material de la hipotética pluma del escritor. Esta forma de escribir está ligada a la manera de leer, a partir de la aparición de algunas novelas como Museo de la Novela de la eterna, que si bien se publica de manera periódica, tiene la particularidad de fragmentar la lectura, dejar abierto el final y da la autorización a todo escritor de buen gusto, como dice Macedonio, para que corrijan su trabajo lo más acertadamente que puedan y editarlo libremente con o sin mención del nombre del autor. A esta novela le siguieron por ejemplo algunas otras como: Fragmentos de un discurso amoroso del Francés Barthes, Rayuela del Julio Cortázar, Si una noche de invierno un viajero de Calvino; las cuales sugieren un tipo de lectura deliberadamente salteada. Me parece entonces que, a partir de novelas como éstas, existe un lector que participa del mismo espíritu de la obra, un lector que goza extrayendo fragmentos y participando en la reconstrucción de esa multiplicidad de historias. Hay un gusto por la incertidumbre, por la falta de algo. A este lector le interesa buscar.

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