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lunes, 9 de junio de 2008

Un paseo mínimo: Robert Walser


Y si alguna vez una ola me levantase
y me llevase hacia lo alto, allí dónde impera
la fuerza y el prestigio, haría pedazos las circunstancias
que me han favorecido, y me arrojaría yo mismo abajo, a
las ínfimas e insignificantes tinieblas.
Robert Walser

Hablar de la figura de Walser es prestar atención a una literatura sin pretensiones. Me parece que este autor pertenece a la familia de escritores como Melivlle con su Bartleby o Hawthorne y Wakefield, cuyos personajes se mueven en la línea del menos. Los textos de este escritor Suizo son una especie de exilio en el sentido más profundo: el de la mente. El hecho es que sus textos son sobrecogedores, con una libertad en la prosa que nos hacen perder la coherencia y que nos aproximan al abismo, al sinsentido. En su libro El paseo, el autor muestra una predilección minuciosa por los detalles que, a pesar de su aparente calidad de innecesarios, son la fuente de sus reflexiones.
Pasear es una posición imprescindible para Robert Walser, es su manera de mantener el contacto con el mundo vivo, el paseo no es sólo bello y sano, sino útil y conveniente. La manera de crear paseos dominicales, destacar a personajes vagabundos o simples despreocupados que van por la vida, tiene su sentido más agudo en las luces que va creando, que va dejando filtrar a través de sus juicios y reflexiones, sin duda inquietantes.
Walser es un escritor de lo minúsculo, de lo fugaz, de lo inferior. Enrique Vila-Matas cita una escena, Carl Seelig y Walser, que es una clara muestra de esto: “No olvidaré nunca aquella mañana de otoño en la que Walser y yo caminamos de Teufen a Speichen, a través de una niebla muy espesa. Le dije aquel día que quizás su obra duraría tanto como la de Gottfried Keller. Se plantó como si hubiese echado raíces en la tierra, me miró con suma gravedad y me dijo que, si me tomaba en serio su amistad, no le saliese jamás con semejantes cumplidos”. El autor de Jakob Von Gunten, tenía un firme afán, éste consistía en desaparecer, de tal suerte que sobrevivía a partir de trabajos simples, intentando convertirse en un cero a la izquierda.
El poeta de El paseo, se desplaza ligero y sin preocupación alguna, hay un ritmo incesante de incertidumbre que sólo se detiene cuando alguna cosa de la naturaleza choca contra su mente: un árbol que lo haga sentir a gusto: La naturaleza no tiene que esforzarse por ser importante. Lo es. Walser tiene la capacidad de llevar su prosa por la senda del aforismo, jugando además con una sensibilidad extremadamente poética.
RoBert Walser muere el año de 1956, el día de Navidad, después de salir a dar un paseo; tantos pasos recorridos nos dan la posibilidad de pensar en si acaso le inquietaba la muerte, tantas reflexiones y aprendizajes en su andar, que no queda más que recordar al paseante, aquel que mira detenidamente y se conduce sin aparente lugar fijo, aquel que piensa en el paseo como una forma más de vida.

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